Se emplea cuando alguien pretende destacar sin mérito, cuando se estima que alguien o algo tiene una importancia que no merece o cuando se compone y adorna a alguien o algo para darle mejor apariencia, una apariencia juvenil. Alude a los viejos que resultan ridículos por arreglarse como si fueran jóvenes, algo impropio para su edad. En sentido general, se refiere a lo que resulta inadecuado o desproporcionado. Se aplica también a la mercancía que se va a vender y a la conveniencia de darle una buena apariencia. También puede aplicarse al matrimonio entre personas de edades muy diferentes.
En un sentido recto, este refrán recomienda no unirse en matrimonio a la ligera, sino considerar previamente el compromiso que encierra. En un sentido más amplio, aconseja reflexionar bien un asunto importante antes de lanzarse a ello. Se aplica asimismo a diferentes decisiones sobre cuyas ventajas e inconvenientes se debe reflexionar antes.
Recomienda que cada uno debe relacionarse o juntarse con los de su misma naturaleza o condición, sin aspirar a más ni descender a menos. Se puede decir también este refrán para recomendar a alguien que sepa estar en el lugar que le corresponde.
La semejanza entre los esposos en distintos órdenes -carácter, edad, nivel social, gustos, etc.- suele ser beneficioso para que no surjan problemas al considerarse uno superior a otro e incurrir en desprecios que dificultan una convivencia armoniosa.
Se considera que la mujer fea hace mejor casamiento que la hermosa. Se emplea también en un sentido más amplio, cuando la fortuna sonríe a una persona poco agraciada.
Se puede aplicar en un sentido literal, cunado la viuda llora a su difunto marido por guardar las apariencias y al mismo tiempo parece llamar la atención con la esperanza de que alguno la despose. En sentido general, se da a entender que suele prevalecer el interés sobre cualquier afecto más noble en las pasiones humanas.